Empiezo con la desgana de un atún caído en red. Movido por el orgullo de un caracol bengala acudo a la llamada de socorro de un boquerón autista. No me despista. Disfraz.
Tubérculo empedernido. No tengo nada. Pero no se lo creyeron. El atraco fue suspendido. Decapitados.
Ya nadie les mira. Desde la torre se pueden ver las hogueras de su adiós.
Cenizas, cenizas que no van al cielo. El fango les seduce.
No llego a entender, como, tirándome los peos que me tiro, sigo vivo! ¡Hay tantas cosas que no entiendo! Pero aún hay más que me sudan un carajo.
He visto una tortuga. En la orilla. Grande. Grandemente muerta. Hinchada. Me ha dado pena. Una hélice. Un corte. Se acabó. La pena ha durado poco. Podría ser yo y a ella le sudaría un güevo. La pena es que llevara más de un día… porque la sopa de tortuga debe estar buena.
Me hablan de energía. De constelaciones. De conspiraciones. Abdupciones. Adopciones. Opciones. Me cuentan cuentos, mitos, y de sus fes hago una bolita de papel… que se lleva el viento, que escupo a tiempo.
Voy a entretenerme un rato. Quizás sea el tuyo en algun tiempo. En algun lugar. Sol de mediodía que entonas y olvidas. Mis pies ya no estan fríos.
Se inicia un nuevo ciclo, que obviamente tendrá sus tempestades, sus huracanes, sus desayunos sin diamantes. Sus carencias, excesos y devaluaciones. Concierto para papagallo en sol menor.
Atardecer que llega tarde. Desconzierto de autistas immunodeficientes, silencio que invade nuestras ofensas y las perdona.
Efervescencia narcorural. Inevitable ser que da la cara en el cuarto de estar, donde deja de ser. Muebles carcomidos por el paso a destiempo hacia el mañana, que es más hoy que nunca.
Descripciones. Desgarramiento. Ruptura total y convencimientos sin esquelas.